Las definiciones me confunden. Son confusas, arbitrarias, y borrosas por naturaleza. A veces son innecesarias, o tienden a confundir a quien se las toma en serio. Definir, por ejemplo, al género de la Ciencia Ficción es difícil y arbitrario, y además no hace mucha falta. La mayoría de la gente ya tiene una idea de que espera cuando se habla de ciencia ficción: mundos y universos alternos, proyecciones del futuro, extensiones del poder del hombre y su invención, cosas así. Pero además de todo eso, es una voluntad de hablar de la humanidad de hoy usando otros mundos y otros tiempos para ello. Alice Sheldon, quién escribió la mayoría de sus relatos como James Tiptree Jr., además de ser una de las autoras de Ciencia ficción más importantes del siglo pasado es también varias (por lo menos tres) personas importantísimas para entender al siglo pasado. Su época proyecta a través de su trabajo la gloria de sí hacia las épocas posteriores, y estoy seguro que seguirá siendo un referente importante para la Ciencia Ficción y la Literatura en general.
Con Alice tenemos regalos dentro de regalos. Nos da una valiente muestra de lo que significa valor en la labor de la literatura, la rabiosa originalidad que presenta solamente se obtiene a través del valor de no guardarse nada. Llegó a esa meseta en que los escritores habitan cuando ya no son ni más ni menos buenos que nadie porque han encontrado la manera de hacer oír su propia voz expresándose desde la sinceridad total, absoluta. No siempre la vimos así. Sus primeros cuentos muestran a una autora de brillantes ideas que escribía cuentos comprimidos, partidos de tenis jugados con frases, cuentos asombrosos y de lectura exigente, como El último vuelo del Dr. Ain, que, aunque increíblemente bellos, se sienten tambaleantes. Luego, parece que asistimos a un desplegar de la sabiduría. Como cuando el conocimiento del si-mismo que viene de la escritura, ese esfuerzo bravío, toma al ser del que habla y lo transforma. Dentro de esa mirada atenta al sí mismo que a través del si-mismo nos atraviesa a los demás con la mirada, Tiptree fue refinando su propio estilo para terminar llegando a esa meseta, la meseta de los grandes, con una mirada aguda, afilada como un bisturí.
Sabemos que la decisión del anonimato que Alice tomó fue importante de muchas maneras. Por una parte, seguramente le permitió una distancia con el mundo, así como distancia de la figura de su madre, que también era escritora, pero tal vez lo más importante para su decisión fue que usar un pseudónimo de hombre en una época en donde ser mujer y escribir era difícil por las barreras de género, le permitió escribir con libertad.
Aquí hay una parte curiosa de la historia, parece como si el personaje de James Tiptree Jr. se hubiera ido formando a partir de intenciones conscientes e inconscientes, pero también a partir de las expectativas del público. Al principio Alice filtró datos acerca de su propia vida, sin afirmar en ningún momento que detrás del pseudónimo hubiera una mujer o un hombre, filtró ,por ejemplo, que sus padres eran una pareja de exploradores, que había conocido África, y trabajado en un sótano del Pentágono, lo cual era estrictamente cierto, todo eso eran episodios de la vida de Alice. Sin embargo, la imagen que el público se formó a partir de estos datos fue la de una especie de James Bond retirado, imaginaban un hombre de mediana edad, soltero e interesante, con mucho mundo y aventuras a sus espaldas. Fue comparado con Heminghway, el súper macho.
Obsesiones y temas recurrentes
Existen temas recurrentes en los libros de Tiptree: la reproducción y la muerte, el deseo, las relaciones de poder. Aunque a veces puede escribir con un humor ligero como en El nacimiento de un vendedor, otras veces escribe desde una desesperante y terrible pesadez de la existencia como en El amor es el plan el plan es la muerte, y la mayoría de las veces escribe desde una mezcla de sombras y luces que permanece en la mente dando vueltas sin definirse, entre lo terrible y lo ligero. Además, Tiptree resultó ser un autor feminista, el mismo se definía así, y sus historias trataban sobre la opresión de las mujeres como en Las mujeres que los hombre no ven, sobre el equilibrio de los cuidados parentales, que se encuentra invertido en las novelas El color de los ojos del Neanderthal, y En la cima del mundo; sobre mundos donde los hombres han sido remplazados por clones femeninos como en el cuento Houston, Houston ¿me recibes?.
La pérdida del anonimato
Cuando su anonimato se rompió, la comedia de situación continuó. Varios escritores habían afirmado rotunda, y airadamente que James no podía ser mujer. Entre ellos había voces importantes como Harlan Ellison, o como Robert Silverberg, quien en su prólogo al libro de Tiptree Mundos cálidos y otros, afirma que la idea de que Tiptree sea una mujer es absurda, o como Joanna Russ, autora feminista que, cuando Tiptree hablaba de sí mismo definiéndose como feminista, le contestaba “¡Pero como tú vas a ser feminista, Tiptree, si eres hombre!”. Y bueno todos ellos, quedaron un poco como estúpidos cuando fue revelada la identidad de Tiptree. Pero a la vez tampoco carecían de razón. Tiptree ya era un hombre que había atrapado a Alice dentro de su masculinidad al punto que, desde antes de haberse revelado la verdad, Alice había necesitado ya crear otra personalidad, la de Raccoona Sheldon, para escribir desde su visión femenina y crear fantásticas distopías femeninas, terribles e inolvidables, por ejemplo Carne de probada moralidad, que nos muestra un mundo antiabortista donde se ha encontrado una solución al problema del exceso de bebés abandonados y no adoptados que bien se puede leer como un sombrío homenaje a Una propuesta indecorosa de Jonathan Swift. O la terrible Solución de la mosca, un mundo donde el feminicidio se convirtió en religión… con una inquietante vuelta de tuerca al final. Es natural la distancia entre Tiptree y Raccoona, aunque ambos traten temas feministas, uno lo trata desde la perspectiva masculina, como diciendo “Pobres mujeres, que mal las tratamos” desde una distancia que no va a ser salvada, mientras que Raccoona lo hace desde la impotencia y la rabia del “Nos están matando”.
Después de la perdida del anonimato, continúo escribiendo con los mismos pseudónimos por diez años, y al onceavo murió. En la correspondencia con sus amistades, varias veces se lamenta de la perdida de su anonimato, diciendo cosas como “Ahora, yo era solamente otra mujer con su propia historia de penas. Sin magia.”, también en otras correspondencias se lamenta por el falo metafórico que había perdido. Sentía que la perdida del anonimato le había quitado la fuerza que otorgaba el mito masculino que se había creado para ella, aunque nosotros sabemos que no había perdido nada. Su última novela, que se publicó póstumamente, es un digno testamento, una muestra de Tiptree escribiendo con todo su sabor, su genialidad, su atención al detalle, sus obsesiones. Me refiero a El color de los ojos del Neanderthal, novela en que mediante una historia acerca de la batalla de dos especies en un mundo acuático, nos hace reflexionar sobre lo que significa el que nuestra propia especia sea la cumbre de la cadena alimenticia… y el precio que tuvimos que pagar para llegar a ello.
Nos vamos enterando que la vida de Alice no es menos interesante que su literatura. De niña acompañaba a sus padres a sus expediciones en África, vivió excesos y pasiones desde muy joven, para luego trabajar para la CIA en el campo del espionaje técnico, cargo que dejó para estudiar y dedicarse a la psicología experimental, en ese campo publicó varios trabajos con su nombre real. Su tesis doctoral, escrita en 1967, un año antes de dedicarse a la escritura de ficción, versa sobre la reacción de los animales a estímulos nuevos en ambientes disímiles y no podemos evitar pensar en cuentos como Y desperté y me hallé aquí en el lado frío de la colina en que se revela que la exposición a cualquier raza alienígena tiene como resultado en el humano una profunda atracción sexual.
Desde que firmaba como Tiptree (nombre que sacó de un frasco de mermelada) ganó varios premios “Nébula” y “Hugo”, vivió una intensa correspondencia con otros autores que continuó siempre, y escribió y publicó en una época que fue especialmente importante para la CF. No solamente para la ciencia ficción en general sino también para las mujeres en el género. Finalmente, cumpliendo algún pacto estoico que hiciera con su esposo, lo terminó matando para luego suicidarse cuando la salud de ambos había declinado más allá de un punto que les pareció digno para vivir. Mujer de determinación férrea, su visión aguda no la excluye de un pesimismo vital, que una y otra vez aparece en su obra, ni de una luminosidad brillante, refiriéndome a su capacidad de derramar luz sobre la naturaleza humana.
Tiene historias como Un momentáneo sabor a existencia, que es a la vez un gigantesco chiste verde y un ejemplo de finura en la construcción de universos. Tiene pesadillas que se contagian y adhieren a la piel de mala manera como El psicólogo que no quería maltratar las ratas.
Con Alice visitamos las grandes preguntas, nos maravillamos, horrorizamos y terminamos morando en un paradoja según la cual entre más luz arrojemos más nítidas serán las sombras de nuestra naturaleza, tal parece que muchos de los matices de nuestro presente siempre cabrán en un cuento de Tiptree o de Raccoona.