En mi país, como en tantos países, se vive una crisis de feminicidios. El feminicidio es el más terrible eslabón en una cadena de violencia que las mujeres padecen. Existe toda clase de opiniones al respecto de esto, y el que el país se encuentre en plena alternancia de poderes yendo desde una derecha neoliberal a una supuesta izquierda no ayuda a esclarecer nada; muy al contrario, los ánimos y las opiniones se exacerban, y hay quienes culpan a los intereses de la derecha derrotada por las protestas que se han estado viviendo. Otros creen que la atención no se debe dar a la crisis de feminicidios sino al clima de violencia en general en un país convulso, casi agonizante, como el nuestro. Esto último es sin duda un ejemplo de libro de la falacia del falso dilema, pues atender una crisis como la de la violencia de género, no está peleado con atender otra, la de la violencia en general. Pero lo que me propongo aquí es apuntar hacia la manera en que ambas crisis pueden estar relacionadas más íntimamente de lo que pensamos, mostrar cómo es que de alguna manera, la mayor parte de la violencia humana es violencia masculina.
Por una parte, tenemos el hecho de que la mayoría de los homicidios en general (sin distinguir entre el sexo de la víctima) son perpetrados por sujetos del sexo masculino. Según el Estudio global sobre el Homicidio de 2019, el porcentaje de homicidios cometidos por varones, dentro de cualquier rango de edad que uno escoja, se encuentra siempre alrededor del 90%. Aunque es verdad que los varones también tienen el mayor porcentaje total en cuanto a víctimas se refiere (80%), esto no deja de significar que si fuiste una víctima de homicidio del sexo que fuere, lo más seguro es que te mató un hombre.
Pueden argüirse muchas causas para esto, por ejemplo, causas culturales, sociales, o económicas.
A mí, me encantaría que alguna de estas causas que recién mencioné fuera la causa principal, pues eso significaría que la solución, aunque difícil, consiste en cambiar el origen cultural, social o económico que lo genere. Sin embargo, creo que la causa principal es otra, más profunda y por tanto más difícil de manejar (aunque no imposible). No quiero decir con esto que lo cultural, lo social y lo económico no abonen lo suyo al problema, más bien quiero apuntar a una raíz del mismo.
Empecemos señalando el hecho de que estos porcentajes que mantienen a los hombres como perpetradores de la violencia homicida no solamente parecen invariables en los diferentes países (bueno, sí varían en uno o dos puntos porcentuales de país en país, a veces hasta en 5), sino también parece que son invariables a través de la historia. Al ver esto podemos empezar a creer que esto nos dice algo acerca de la naturaleza misma de nuestra especie. Especie que se caracteriza por estar al tope de la cadena alimenticia, lo que por si mismo ya es un indicativo de la capacidad predatoria que posee.
Ahora, volteemos a ver a los primitivos. Siempre que queramos entender rasgos comunes a la especie, y su dependencia o independencia de la cultura en que se han formado, podemos observar a los primitivos, los pueblos que viven, o hasta hace poco vivían en aislamiento del resto de la civilización y subsisten principalmente por los métodos de caza y recolección.
Voy a basarme en las ideas y datos que Marvin Harris presenta en Antropología Cultural, un libro que recomiendo ampliamente a quien quiera que se interese en comprender un poco más los entresijos de nuestra especie.
Resulta que, entre los pueblos primitivos, una de las principales causas de muerte entre varones es ¡sorpresa! La guerra. Guerra de baja intensidad que se mantiene con los pueblos vecinos, de un modo casi ritual. Dicha guerra es el estado permanente del hombre, tal vez debido a las presiones evolutivas que tienden a mantener la población de una especie por debajo del umbral de hacinamiento y sobrepoblación, pasado el cual su sobrevivencia se encontraría en peligro.
Las mujeres son por lo general las que mantienen las necesidades básicas de las poblaciones primitivas, incluyendo las preciadas proteínas, el macronutriente más difícil de conseguir. Lo consiguen no solamente por la recolección y alguna rudimentaria agricultura (recuérdese que estamos hablando precisamente de pueblos que no tienen una agricultura desarrollada), sino también por la caza menor, a través de redes y trampas.
Además de la guerra, la otra gran ocupación de los hombres primitivos es la caza mayor, actividad ardua, peligrosa, y no tan bien recompensada, pues a menudo se invierten más calorías de las que se consiguen. Entonces hay un punto en que Harris se pregunta: ¿no sería más beneficioso para todos si los varones ayudaran a las mujeres en la agricultura, recolección y caza menor?
Bueno pues no, porque la caza es también la preparación para la guerra, y la guerra es inevitable. Si no se prepararan para la guerra, el pueblo desaparecería rápidamente al llegar la próxima incursión de algún pueblo vecino más preparado.
Y entonces, ¿porqué diablos tienen que hacer la guerra? Ah sí, ya lo dijimos antes, para mantener la población en niveles aceptables para el modo de vida del cazador/recolector. Claro que la guerra no es el único modo violento de mantener la población, existe además el muy extendido infanticidio, que es prácticamente la única forma de violencia homicida en donde la supremacía estadística sí pertenece a la mujer. Y algunas otras formas rudimentarias de control de la natalidad (en esto hay algunos pueblos con más suerte que otros).
Así que parece ser que sí, la violencia que vivimos la debemos en su mayor parte al género masculino. Y parecer ser también que además de las poderosas razones, culturales, históricas, económicas y sociales de esta violencia, además de todas estas razones, digo, está una razón de fondo que tiene raíces evolutivas.
Digámoslo de nuevo: La violencia en nuestra especie es fundamentalmente masculina.
Esto no quiere decir que no podamos controlarla por medios legales, culturales, y educativos. Simplemente quiero apuntar a esta raíz para poder tener elementos para poder seguir pensando las maneras de salir de estos círculos insensatos en que nos hallamos dando vueltas desde la prehistoria.