El lugar de lo divino.

Enso

Se ha demostrado que los chimpancés tienen comportamientos determinados por su cultura local, algunos de estos comportamientos son rituales como las danzas de la lluvia, la silenciosa contemplación de una cascada, o las danzas y los cantos ante el fuego. Más recientemente se han observado lo que parecen árboles-altares. Este tipo de comportamientos, junto con los ritos funerarios, que existen en elefantes, chimpancés, delfines, cuervos, y urracas, nos colocan en un debate acerca de los orígenes biológicos del sentimiento religioso, y la ubicación de la necesidad de lo divino en el alma. Al parecer, varios elementos de lo que llamamos espiritualidad en nuestra especie existen desde antes de que nuestra especie terminara de establecerse como el primate bípedo dominante. Y es que el problema de lo divino tiene relación con nuestra realidad, con la etología, la sociedad en que vivimos, en fin, con lo que somos.

Niveles en que sucede

Es sabido que las cosas suceden en muchos niveles a la vez. En un nivel, el hombre ha creado dioses. Tenemos un cerebro grande e inquieto que busca relaciones sin cesar; las relaciones se vuelven explicaciones, se establece una causa y un efecto y al buscar la causa primera aparecen los dioses que le dan forma al mundo.

Así, desde antes de que la especie terminara su desarrollo, seguramente ya teníamos una gran cantidad de dioses revestidos con atributos humanos y animales. En los mitos, los dioses sustentaban al mundo, tenían historias similares a las historias de pasión, engaño, decepción y muerte del mundo de los humanos.

Dijo C.G. Jung que, si bien no podía decir nada de Dios, sí que podía afirmar que hay estructuras dentro de la psique humana (eso que también se llama alma) preparadas para recibir esa noción de Dios.

En éste otro nivel, el hombre tiene en su programa biológico la necesidad de lo sagrado. No crea ningún dios por necesidad explicativa, sino por necesidad vital. Lo cual se encuentra en concordancia con lo que dijimos antes acerca de los otros animales que exhiben rasgos de espiritualidad.

Con el pasar del tiempo, los humanos fuimos afinando el arte de la explicación y terminamos inventando la ciencia, y su método, sus políticas y sus errores. La ciencia es el mejor método conocido para entender lo fáctico y, a través de ese entendimiento, controlar y prever los fenómenos del mundo. No es de extrañarse entonces, que tendamos a creer que no hay explicación posible fuera de la ciencia, esa hermosa invención.

Dado que al parecer tenemos una natural necesidad de Dios, muchas veces terminamos poniendo a la ciencia en el lugar del alma que antes estaba reservado para Dios, pues algo tiene que ocupar ese lugar. Muchos están contentos así, y otros no, pues el lugar de Dios en el alma es un lugar antiguo y profundo que quiere tener habitantes grandes y misteriosos y no se encuentra siempre del todo satisfecho con tener en vez de eso a un habitante escurridizo y cambiante fabricado por humanos como lo es la ciencia, así que terminan conviviendo en este mundo y en este tiempo Dios y la ciencia.

Y no he hablado de los otros candidatos a ocupar ese trono del alma (nuestras pasiones, miedos, angustias, placeres o cualquier otro habitante del interior).

La contradicción

Y ahora, que tanto nos preciamos de nuestra madurez, de nuestro buen entendimiento, de nuestro pragmatismo, de nuestra ciencia y de nuestro entender el mundo, ¿qué hacemos con tantos dioses? O más claramente: ¿cómo resolvemos la contradicción entre los anhelos del alma, que nos piden ritos y mitos, experiencias luminosas y trascendentales para poderse llenar de sentido y guía, cómo reconciliamos todo eso con nuestra razón y nuestro saber, que son tan modernos y hablan tan fuerte?

Es una pregunta importante, dado que el alma no vive bien sin contestarla, y parece que llevamos mucho tiempo desgarrados.

Hay quien acepta la religión y niega la ciencia, poniéndose así en peligro de fanatismos y oscurantismos que pueden costarles la vida tanto al que así obra como a los demás. Pues negar la ciencia es negar la posibilidad de cura mediante la medicina, o la posibilidad del progreso por las ciencias aplicadas, o la posibilidad del saber mediante la ciencia pura.

También hay quien acepta la ciencia en ese nicho del alma que está reservado a los dioses. Tal vez hubo un tiempo en que la física y la ciencia, que son las bases de las ciencias naturales, creían en la posibilidad de completitud y certeza. Ahora sabemos que las matemáticas están condenadas a ser construcciones incompletas, no por ello menos bellas ni menos útiles, simplemente incompletas. Y que el fantasma de la contradicción lógica acecha en el corazón mismo de cualquier sistema lógico que pretenda ser completo. También sabemos que la física tiene un pie en la metafísica y problemas enormes con la interpretación de sus bases teóricas. Las palabras que más se repiten, energía y masa, son misterios cada vez más profundos. Siendo que la física es la ciencia madre sobre la cual las otras ciencias se asientan, esto significa que tenemos problemas serios con nuestras certezas. Además de todo esto, está el problema de los anhelos del alma.

Claro, están los pragmáticos que llegan a un acuerdo con las dos. Hallan mil maneras de justificar esta contradicción o, más comúnmente, ni siquiera viven tal contradicción y le dan a Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Lo hacen de una manera tal que el mundo se explica por la ciencia y a Dios se le da el domingo y navidad.

Las preguntas

Y todo está bien pues cada quién resuelve como quiere. Pero para muchos que no se satisfacen con compromisos, esa contradicción sigue presente, lo mismo que sigue presente esa necesidad en el alma, esa sed de agua viva.

¿y por qué no, me pregunto yo, poner a Dios en el nicho de Dios?

Pero entonces, preguntarán, ¿qué es Dios?

Y aquí es donde me permito contestar con algo que no es una respuesta, y si no es una respuesta no sé qué es, pero tiene dos caras, eso sí lo sé.

Para que la vida en la tierra exista como la conocemos no solamente es crucial la distancia desde el sol, también lo es el tamaño de la tierra, la relación de tamaños entre la tierra y nuestra luna, que estabiliza nuestra órbita alrededor del sol, también son necesarios un cinturón de asteroides como el que tenemos en la tierra, lo mismo que la composición química del planeta (que a su vez tiene mucho que ver con la historia cósmica, geológica y biológica), y un sinfín de factores que incluyen a las constantes físicas del universo.

El que todos estos factores se hayan juntado para permitirle al planeta en que vivimos haber criado una especie preguntona como la nuestra es algo tan increíble y tan maravilloso que no puedo menos que enloquecer un poco de alegría y agradecimiento. Esta alegría, este agradecimiento es uno de los rostros de este misterio bifronte.

El otro rostro es el misterio profundo. Pues entre más sabemos del mundo es más patente la enormidad de nuestra ignorancia. Tan es así que, en las leyes físicas que tratan de las partículas más pequeñas conocidas, existen leyes según las cuales entre más conocemos un aspecto de una partícula, más ignoramos acerca del otro aspecto. Parece que la ignorancia acerca del estado de las cosas está inscrito en las leyes fundamentales.

En el resto de las escalas sucede lo mismo. Parece ser que el avance del conocimiento tuviera más relación con mostrar cada vez más la profundidad del misterio que con revelar certezas.

Todavía no sabemos si el universo es infinito y ya estamos contemplando la posibilidad de que exista una infinitud de universos. Infinitos que contienen infinitos.

El misterio

Así, la infinitud de lo grande se hace cada vez más grande. Y la infinitud del misterio, también

Así que este misterio, este enorme misterio, es el segundo rostro de esta respuesta.

Por un lado, tenemos un agradecimiento enorme por estar aquí, en medio del todo, privilegiados por estar vivos, privilegiados por haber venido a contemplar por un brevísimo instante el misterio de la existencia. Y, por otra parte, nos inclinamos ante el misterio, porque no podemos hacer otra cosa que reverenciar ese misterio, que de vez en cuando tiene la gracia de ofrecernos atisbos, pequeñas chispas de conocimiento que palidecen al compararse con la magnitud de lo que no sabemos y de lo que nunca vamos a saber.

Esas dos caras de este algo insondable es aquello ante lo que me inclino. Esto es lo que ocupa el lugar de Dios en mi corazón. Esa fuente de vida y belleza que es más grande que cualquier cosa que yo pueda decir o pensar.

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