Son Jarocho

Detalle de la litografía Trajes mexicanos. Un fandango, aparecida en el libro México y sus alrededores.
Imagen de wikimedia commons.

Después del descubrimiento de América por parte de Europa, después de la conquista del antiguo continente, después de las enfermedades que acabaron con nueve de cada diez nativos de América.
Una vez que el viejo y el nuevo mundo hubieron chocado, los campos culturales empezaron a mezclarse, nutriéndose el uno del otro.
En lo que ahora es el estado de Veracruz, se fundó la primera ciudad del continente: La Villa Rica de la Vera Cruz. Era ésta una ciudad con puerto, en donde además de los barcos españoles y franceses, desembarcaban migrantes de multitud de países, así como esclavos africanos, en lo que era un floreciente comercio. 
Dichos esclavos traían consigo sus ritos, sus ritmos, y sus cantos, mismos que fueron prohibidos por el Santo Oficio, brazo armado de la fe católica. Aun tocar el tambor era condenado, como atestiguan numerosas fuentes documentales de la época. 
Sin embargo, una y otra vez hemos visto que el espíritu humano no puede ser contenido en prisión alguna, de manera que numerosos esclavos escaparon fundando comunidades de esclavos cimarrones que se mezclaron con la población indígena. Esta mezcla de razas fue, como hemos ido diciendo, mezcla de ideas, de dioses y creencias, y de ritmos y danzas. 
Siendo que tocar el tambor era peligroso dadas las prohibiciones y castigos establecidos por las autoridades eclesiásticas, el cuerpo danzante llegó a un curioso compromiso: zapatear el ritmo que las manos no podían tamborear. Además, la danza resultante tomaba prestados elementos de las contradanzas barrocas que los españoles bailaban, así como de el zapateado flamenco que llegó con los gitanos. Eventualmente el ingenio mestizo observó las guitarras barrocas con las que los españoles se divertían, y como les agradara el sonido, las copiaron tallando troncos a punta de machete y encordándolas con palmas. 
Estos instrumentos se llamaron jaranas. 
De la misma manera, surgieron la guitarra de son, o requinto jarocho, y la guitarra grande, también llamada vozarrona o bumburona. 
Las percusiones, además del zapateado, fueron el pandero jarocho, y la quijada de burro. 
Se construyeron diferente tamaños de instrumentos de cuerdas, y fueron encontrando multitud de afinaciones para ellas. 
La música resultante es el son jarocho. Una expresión barroca africanizada, aindiada, aflamencada, que es a la vez un canto de alegría y un lamento de desgarradora tristeza. Las piezas que se tocan, los sones, no son canciones, en cuanto a que no tienen ni una duración establecida ni versos fijos. 
Existe un suerte de protocolo interno mediante el cual los cantadores se comunican de manera que puedan cantar y contestar los versos que la temática de cada son sugiere. 
Esta música se toca tradicionalmente de manera comunitaria, alrededor de la tarima donde las mujeres, o las parejas de hombre y mujer, marcan el ritmo con sus pies.
Las fiestas en que esto sucede se llaman fandangos y pueden tener desde unos pocos integrantes hasta casi el centenar, todos tocando al unísono, cantando y bailando por turnos, y proponiendo juegos melódicos, armónicos y rítmicos que encajen dentro de la estructura de cada son. 
Después de haber estado a punto de desaparecer, exceptuando algunas comunidades en donde nunca dejó de tocarse, el son jarocho ha experimentado un vigoroso renacer, tanto en las comunidades en donde el fandango de nuevo alegra lo mismo a las juventudes que a los más ancianos de la comunidad, como a nivel de espectáculo escénico y música popular, con muchos grupos con multitud de propuestas, tanto tradicionales como fusionándose con otras corrientes musicales. 
El que escribe, ajonjolí de todos los moles, lleva tocando son jarocho un par de décadas, ahora mismo es parte del grupo Mantequilla de Flandes.

One thought

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *