Yo, tartamudo

Imágen del libro “Stuttering and Lisping” (1912) Escripture E.W.
Recuperada de Flickr.

En mis recuerdos hay un principio de la tartamudez. Una edad en que empecé a sentir una detención involuntaria del habla, acompañada o causada por tensiones del rostro y el aparato fonador. Resulta que mis recuerdos son falsos y yo tartamudeo desde antes de recordarlo.

Soy del club de Moisés, Demóstenes, Darwin, Churchill, Scatman, … y Porky.

Entre las clasificaciones de la tartamudez está la tónica (que es la mía, en que se experimenta un bloqueo de la fonación), la clónica (en que las palabras o sílabas son repetidas), y la mixta (en que ambas manifestaciones se combinan). A la clónica se le ha dado más cobertura mediática en películas, series, y demás medios, supongo porque es más fácil de caricaturizar, y presenciarla no causa tanta tensión en los espectadores.

Mis padres, preocupados por mi desarrollo, me llevaron a muchas terapias: neurólogos, lingüistas, psicólogos, y curanderos.

Un curandero me intentó tronar el cerebelo. Al neurólogo todavía le guardo cariño, me dio drogas muy buenas. Una vez que mi enésima psicóloga no pudo asistir me atendió su esposo, que también era psicólogo. Me pidió reflexionar acerca de si realmente representaba un problema, y decidí que no. Me resultaría difícil ser político (pero bueno, está el contra ejemplo de Churchill) o vocero, o locutor. Pero fuera de un puñado de ocupaciones de este tipo, no es que realmente me impida vivir. Además, me confesó que realmente nadie sabe que es lo que lo causa, las disciplinas se pasan el tema unas a otras como papa caliente. Fue la última vez que fui a terapia.

Investigando sobre el tema me enteré de que el psicólogo tenía razón, nadie parece tener muy claro que es lo que lo causa ni como se cura (si es que se cura).

Hay algunas pistas acerca de conflictos entre funciones de los hemisferios cerebrales y niveles elevados de dopamina, así como una multitud de datos curiosos no explicados: hay más tartamudos hombres que mujeres, hay países en áfrica donde es más común (aunque no por mucho), y en el caso de que un gemelo sea tartamudo, es casi seguro que el otro también lo será, lo que no ocurre entre hermanos que no son gemelos (yo conozco gemelos tartamudos).

En la historia de los estudios sobre el tema, podemos encontrar una cantidad de hipótesis que tuvieron relativo éxito, para luego verse precipitadas al fracaso. Algunas de ellas, como la hipótesis del trauma, permearon la cultura popular, de modo que en mi infancia mucha gente me decía cosas como: “Pero seguro tienes algún trauma muy fuerte”, “¿Qué te pasó de chiquito?”, “A lo mejor te caíste cuando estabas bebé”, y cosas por el estilo.

Recientemente, en 2010, se han encontrado relación entre la tartamudez y ciertas mutaciones genéticas, pero como pasa con tantas hipótesis, no hay nada concluyente.

Lo que sí parece ser cierto es que la ansiedad que acompaña el acto de tartamudear es más un producto del medio social que de la tartamudez misma. No digo que haya tal cosa como tartamudear relajadamente, porque tartamudear implica una tensión. Pero sí creo que el medio social puede imponer, sobre todo en la infancia, una tensión mayor que la que el propio acto causa.

Los tartamudos tenemos una pequeña bolsa de trucos para andar hablando por la vida. Suele pasar que tengamos algunos fonemas que nos causen más problema que otros, esto se soluciona muy fácil, basta con sustituir la palabra que comienza con el fonema difícil por otra que sea más sencilla. O, como hacen otros, simplemente por anteceder la palabra con el fonema “fácil”. En el caso de Winston Churchill, su fonema sencillo era la “M”, por lo que en el anuncio radiofónic del fin de la guerra, se escuchó algo como: MMMMMMMMMMMM…War is Over.

Hace unos 15 años, más o menos, comencé a tocar y cantar son jarocho. Es casi imposible tartamudear cuando se canta, al menos yo no he podido ni conocido a alguien que pueda. Cuando se canta se entra en un continuo fluir que pertenece a otra constelación de circuitos neuronales, mentales, emocionales, y no sé que más. De manera que es un espacio en donde puedo asistir a un fluir vocal que de otra manera no me es garantizado.

Parece ser que lo mismo puede pasar con la actuación, por lo menos así le pasó a Rowan Atkinson, mejor conocido por su personaje Mr. Bean. El señor Atkinson no tartamudea cuando se encuentra “en personaje”. Una vez participé en una representación teatral que era una adaptación del libro de poesía Escarabajo de Jenny Asse, y aunque solamente tuve una línea, es verdad que no tartamudeé. La línea era: Quiero sentir los diez mil estratos del amor en esta nervadura del tiempo.

Claro, también con los años he ido tartamudeando menos, y he sabido de gente que afirma que le ha desaparecido del todo, pero tampoco es que me sorprenda si alguna o algunas veces en el día sucede.

Hay días más fáciles y más difíciles, también.

Por último, les quiero pedir que si tienen hijos que tartamudeen, no piensen que es una afección de lo que se tienen que curar. Es, hasta donde sé, un modo de hablar que bien podría ser genético en origen, y lo único que parece funcionar (al menos desde mi humilde opinión) es tomar confianza propia ¡tartamudear con confianza!, para lo cual ayuda mucho estar rodeado de gente que no te juzga y que te acepta.

Y por favor, procuren no completar las frases del tartamudo, es más cordial darle tiempo de terminar la frase (o preguntarle que prefiere).

¡Ah¡ Y el 22 de octubre es el día Mundial del Conocimiento de la Tartamudez.

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