Dicen que la realidad no tiene la obligación de ser creíble. Hay vidas que simplemente rompen todos los cánones de lo creíble. La vida de Morihei Ueshiba, fundador del Aikido, es una de esas vidas que si fueran inventadas no serían convincentes.
Hay acontecimientos que son semillas. Semillas desde las cuales nacen baobabs.
En la leyenda de Morihei ese acontecimiento-semilla fue cuando siendo niño vio como unos contrincantes políticos golpeaban a su padre. Entonces juró ser el hombre más fuerte del mundo, un guerrero invencible que combatiera la injusticia del mundo. Y lo logró.
Primero entrenó su cuerpo corriendo, cargando y trabajando. Se decía que hacía el trabajo de dos hombres primero, de tres y cuatro hombres después. Después, se entrenó en varias técnicas de lucha con y sin armas con diferentes maestros.
Lo semejante se atrae entre sí. Las vidas extraordinarias son imanes para otras vidas igual de extraordinarias.
Así, la vida de Morihei fue un imán para gente extraordinaria y lo que es más, la vida de Morihei fue formada por esa gente extraordinaria.
Comencemos con Sokaku Takeda, maestro de una técnica llamada Daito-ryu aikijutsu.
Descendiente de una familia de samuráis que pereció casi totalmente en una guerra civil en que se enfrentaban la modernidad contra la tradición, entrenado desde pequeño en todas las técnicas samurái, Takeda tuvo una vida de constantes combates que nunca rehuía.
Defensor de un estilo de vida que ya no era permitido, se dice que el gobierno de Japón mandó varias veces hombres a matarlo, sin conseguirlo nunca. Viajó por todo Japón impartiendo clases y en uno de esos viajes conoció a Morihei. Aunque Morihei ya era un guerrero diestro y fuerte, al enfrentarse a Takeda (que era más menudo que él) se vio derrotado sin esfuerzo por lo que causó una fuerte impresión en el joven Morihei que tuvo claro que el combate es mucho más que fuerza física. Morihei le pidió enseñanza y Takeda se la dio.
La palabra aiki puede traducirse como armonía, aunque en el contexto marcial que nos ocupa, se dice que que aiki significa vencer sin pelear. Y es que en esta técnica se evita el choque, procurando más bien unirse a la intención del otro para poder controlar la dirección.
Además de la unión con el movimiento del contrario, el Daito-ryu es una técnica marcial que enfatiza el control de las articulaciones en direcciones hacia las cuales es difícil oponer resistencia, lo cual permite que un practicante pueda controlar y derribar a personas mucho más grandes y pesadas.
Estas técnicas fueron el germen del Aikido.
Otro de estos hombres notables que influyeron en la vida de Morihei fue Onisaburo Deguchi, líder de una secta religiosa conocida como Omoto-kyo. La secta en origen tenía tendencias chamánico-apocalípticas, pero cuando Onisaburo tomó el liderazgo ésta viró hacia carices más meditativos con tendencias hacia una utopía revolucionaria. Si todo esto suena alucinante es porque lo es. De Onisaburo se cuentan tantas historias asombrosas, era un personaje de una creatividad y sensibilidad increíbles (dejó multitud de caligrafías, pinturas y otras obras de arte que ahora son muy valuadas por los coleccionistas), un sanador milagroso, un lector de mentes, un místico que soñaba con fundar el centro de un nuevo mundo de paz.
Con este sueño en mente, Onisaburo, acompañado por un contingente entre los que destacaba Morihei, viajó a Mongolia en busca del lugar donde fundar su utopía. En el viaje vivieron emboscadas y aventuras que estuvieron a punto de costarles la vida.
Morihei regresó del viaje más fuerte, más maduro. Terminó distanciándose de ambos maestros por diferentes circunstancias, pero esa mezcla de influencias, la del temible samurái asesino y la del místico utópico, son esenciales para comprender el arte que Morihei desarrolló.
Vivió muchos desafíos en su vida, y nunca fue derrotado. Midiendo menos de 1.60m se enfrentó a luchadores de sumo, luchadores americanos de lucha libre, luchadores de toda clase de complexiones y estilos y nunca fue derrotado.
En una ocasión Morihei se enfrentó desarmado con un maestro de esgrima (kendo) que sí tenía espada. Morihei esquivó sus ataques hasta que el otro maestro se cansó y se inclinó ante él aceptando su derrota. Después de este enfrentamiento, Morihei fue a lavarse al pozo, y en ese instante tuvo una iluminación, una comprensión del mecanismo del cosmos y del movimiento universal hacia la paz y la iluminación de todos los seres. Su arte se convirtió en una expresión de esa experiencia, en donde cada técnica es una manera de comprender la paz y resolver el conflicto tanto interno como externo.
Su vida a partir de entonces se convirtió en una enseñanza del amor a través de un arte de guerra.
En este punto, la leyenda y la historia se mezclan. O la historia se vuelve leyenda. O decimos esto porque es la manera que tenemos para poner en un lugar seguro lo imposible que es real.
Y es que las cosas que se cuentan son difíciles de creer: Morihei saltando sobre sus atacantes, moviéndose a velocidades imposibles, haciendo que la gente que va cayendo des-caiga, escuchando los pensamientos de sus alumnos y hablando de sus sueños, esquivando balas, un Morihei mítico, invencible, que podía alertar a sus alumnos acerca de gente que estaba peleando a cientos de metros, lo mismo que levantar pesadas losas de piedra siendo ya octogenario, o que podía platicar con astronautas acerca de la estructura del sistema solar, pues había estado ahí.
Vuelto uno con el cosmos, vaya.
Ahora, muchos años más tarde, ya que Morihei ha muerto y el Aikido se ha diversificado en varias ramas que hacen énfasis en diferentes aspectos de su enseñanza, parece que muchas de las veces se olvidan los aspectos espirituales que para Morihei eran la parte central de la enseñanza.
Morihei estableció que en el Aikido no podría existir la competición, no hay torneos ni combates (aunque hay estilos contemporáneos en que sí los hay). Por tanto, parece que no hay muchas oportunidades para poner a prueba la eficacia del Aikido contra otras artes.
Esto motiva que muchas veces se escuchen críticas y burlas de parte de practicantes de otras artes marciales acerca de la poca efectividad de las técnicas del Aikido. Y bien, Aikido no busca la efectividad en la lucha, si por efectividad se entiende lastimar o eliminar al oponente, esto es una característica que viene desde el Daito-ryu aikijutsu. Recordemos que Aiki significa unir o armonizar y las técnicas buscan controlar sin lastimar.
También debemos recordar que el origen del Aikido está en la iluminación de Morihei, quien después de su experiencia mística fue derivando su arte hacia caminos más espirituales convirtiéndolo en una enseñanza de vida. Me atrevo a decir que no es descabellado pensar en el Aikido como un cifrado de enseñanzas místicas escritas en las técnicas corporales. Hay que saber leer lo que las técnicas nos enseñan acerca de nosotros mismos y de los otros.
Al practicar las técnicas del Aikido podemos aprender como el camino para resolver el conflicto está más en acompañar que en confrontar. Una vez escuché que le preguntaron a sensei Izumi Tauchi que si alguna vez había tenido que utilizar el Aikido en la vida cotidiana. Contestó “Claro que sí, soy maestra de kindergarten y lo aplico a menudo con mis alumnos”.
¡Es claro que no se refería a que los alumnos salieran volando cuando empujaban a la maestra!
Es que solamente a partir de la no confrontación llega la resolución del conflicto.
Y no es que esa no confrontación implique una pasividad, muy al contrario, implica entrar activamente en el corazón del otro, para poder encontrar el camino justo que nos lleve a la paz.
De esto, es de lo que el Aikido trata.
Para saber más:
Hay muchos recursos en Internet sobre el Aikido a un google de distancia. Mientras escribía este artículo me encontré con una entrevista muy hermosa aquí: